ANTÍGONA, O LA CARIDAD
¡Cuidado!
Edipo acaba de morir. Y sobre ese cadáver tibio y cubierto de andrajos Antígona
llora lastimeramente. Pero cuidado, digo. Porque Antígona está pensando para
sus adentros:
"¿Y ahora? ¿Qué será de mí? He pasado mis mejores años dedicada a cuidar
de mi padre viejo y ciego. Pero mientras él vivía y yo, su hija predilecta, lo
guiaba por los caminos, las gentes salían a mi encuentro, me bendecían me
hacían entrar en sus casas, me daban de comer, llegaron a ofrecerme regalos. Yo
era respetada, admirada, agasajada. Creo que he sido más famosa que mi padre.
Tenía el porvenir seguro. Me sentía feliz. ¿Y ahora? Anciano egoísta, después
de exprimirme como a un limón te mueres y me dejas abandonada. Sola ¿a qué
puerta llamaré? Madura y fea ¿quién se interesará por mí? ¿Éste es el premio de
mis sacrificios? ¿Así se me despide, como a una sirvienta inválida? Luego de
tantos años de ejercer mi profesión de hija caritativa no estoy en condiciones
de aprender una nueva. No sé hacer otra cosa que extender la mano y,
componiendo un semblante patético, excitar la piedad ajena. Pero necesito la
compañía de un desdichado. De lo contrario una solterona no excita la piedad,
sólo provoca la indiferencia o el desprecio. Repito: ¿qué será de mí?
Ved
cómo cesa de llorar, cómo levanta la cabeza y hace girar los ojos ávidos.
Escondamos a nuestros tiernos hijos: Antígona no vacilaría en volverlos
huérfanos. Ocultemos a nuestros padres: Antígona sería capaz de convertirlos en
nuevos Edipos ciegos. Nadie es más temible que una Antígona sin ocupación.
En Falsificaciones de
Marco Denevi