jueves, 3 de mayo de 2012

MÁS SOBRE "LOS PICHICIEGOS"

Malvinas: la batalla subterránea, a propósito de Los Pichiciegos de Rodolfo Fogwill 1 Suele ser un problema para la literatura representar lo real. El discurso literario remite a lo real pero no pretende afirmar sino, previo pacto con el lector, convencer. El discurso de la historia, en tanto, busca colocar al discurso literario de lado de lo irreal cuando es, en verdad, la realidad la que está del lado de la ficción. Es un pre-juicio lingüístico oponer ficción y realidad. Peor aún caer en el trillado silogismo: “la realidad supera a la ficción” que no hace más que ponderar el carácter hiper-realista de la ficción. Interesa pensar el término ficción como una forma de modelar un hecho real para que ese hecho se enriquezca. Como si la ficción fuera un trabajo de artesanía, diseñada por manos que, con pocos elementos, construyen un utensilio. El Proceso de Des-organización nacional que comienza el 24 de marzo de 1976 no sólo instaura el crimen, la ruina y la vejación sino también una para-realidad. Es decir: una idea de lo real que, a la mayoría de los argentinos, les imposibilita idear y proyectar una representación de sí mismos y del país. La guerra de Malvinas, la derrota posterior, no sólo pone fin a la dictadura iniciada seis años atrás, sino (de)muestra que el vínculo entre la sociedad civil y el “Proceso”, hizo olvidar que los verdaderos usurpadores de la tierra eran los militares y, a su vez, la borrachera de miles de argentinos que festejaban mandar a la muerte a sus hermanos por una patria que habían entregado. La masiva adhesión (sólo unos pocos sectores se opusieron) a la guerra expresada de diversas formas: donaciones múltiples, elaboración de consignas patrióticas, enrolamientos voluntarios varios; el exitismo oficial fogoneada por los medios devino, una vez consumada la derrota, en trauma: “de eso no se habla”. En los Pichi-ciegos ninguno de los personajes sabe bien por qué está en la guerra. Sus preocupaciones no pasan por batir al inglés sino, más bien, por cómo sobrevivir al hambre y al frío. Ganar la guerra era secundario porque sabían que era imposible. Sólo “un boludo” apodado irónicamente “Galtieri” y un coronel, quien cree que en Malvinas estaba el ejército de San Martín, confiaban en que podían ganar la batalla. Sólo los que sabían que la guerra estaba perdida antes de empezar tenían posibilidades de sobre-vivir (“de ésta no salimos vivos sino nos avivamos”). Lo visible, lo de superficie estaba condenado o se exponía a la muerte. A diferencia de lo que la guerra despierta en la sociedad argentina, el Página 1descreimiento y el escepticismo es el tono dominante en la novela. La dictadura mostraba una (nueva) ficción (“seguimos ganando”); la ficción, en tanto, crea una (nueva) realidad. La dictadura surge como una tiranía que somete y oprime a sus ciudadanos y sus conciencias y de la que hay que huir, liminalmente, por los caminos ausentes del tránsito oficial. Lo invisible del tránsito oficial es el lugar que Fogwill elije para sobre-vivir a la guerra. El subterfugio que los pichis -en alusión al animal ciego cuya vida es subterránea- eligen es profanar la tierra. Pero ese en-tierro al que se someten para no morir es, en principio, una protección contra la guerra pero no para la muerte. Los pichis “son los que se avivaron”. Están unidos por la necesidad: cómo sobre-vivir a la guerra. El espacio sub-terráneo pasa a ser, para ellos, el escenario de la guerra. No lo que se ve sino lo oculto. El lugar se convierte en una microsociedad donde se llevan a cabo todo tipo de intercambios y canjes: es el lugar de comercio y consumo. La metáfora de Fogwill es certera con lo que sucedía en el país: la guerra como negocio. El negocio para la dictadura de legitimar su poder y su perpetuación por largo tiempo. Vale interrogarse sobre la conveniencia de ganar la guerra para la glorificación de la dictadura o la derrota para el advenimiento de la democracia. Los pichis no tienen tiempo para responder la inquietud pero “esperan que todo termine rápido”. La guerra aparece en la novela atravesada por lo comercial: la pichichera (lugar donde habitaban los pichis) era poco menos que un almacén. Vaciados ideológicamente, en los pichis (¿anticipa Fogwill los 90?) la economía y el cálculo priman en sus conversaciones (“la mano, gil, se estaba helando la izquierda. Pensá un poco: es oficial, pierde una mano helada, se queda sano, calentito en el hospital, pasa a retiro con un grado más alto y va todos los meses con la mano que le quedó a cobrar el sueldo al banco”) (“¿Cuánto ganará un coronel”). Si la derrota en Malvinas era el devenir de la democracia, Fogwill, cual profeta, ya anticipaba lo que vendría: la supervivencia como modo de vida, la primacía de la economía por sobre la política y, por sobre-todo, la rotura de un pro-yecto de vida y de nación. La Nación Si el fervor patriótico que despertó en la sociedad civil, la efímera recuperación de Malvinas buscó la unidad nacional, clave para oxigenar el régimen militar; si millones de argentinos, embanderados, descubrieron la oportunidad de encontrar una identidad común con la guerra, los Pichiciegos muestra que identidad y unidad es lo primero que estalla con la guerra. Página 2Al llegar a Malvinas y como las operaciones del ejército van deteriorándose, los pichis configuran un nuevo territorio: el lugar subterráneo donde buscan sobre-vivir. Su tierra es estar bajo la (su) tierra. Fogwill va minando, a lo largo de la novela, la identidad con la presencia de un uruguayo entre los soldados argentinos (“nací en Uruguay pero me anotaron argentino”); el gusto de los pichis por las radios inglesas porque paradojalmente pasan folklore, chamamé y tango (las frecuencias argentinas emitían “rock, tipos con voz finita, canciones de protesta, historias de vaguitos”); la presencia de un jeep inglés con “una mano de pintura “ para “hacerlo” argentino van vaciando las esencias del “ser argentino”. Los pichis son eso: seres sin nación 2 y sin esencia que caminan hacia la muerte. Los pichis mueren –sólo se salva Quiquito, quien narra los hechos- asfixiados en la pichichera. El habitáculo que los protegía de la guerra y de la intemperie termina ahogándolos. Lo que los protegía -los salvaba- los termina asfixiando. La novela de Fogwill habla del conflicto y lo extiende. Lo proyecta hasta actualizarlo e interrogar sobre qué hizo la sociedad, derrota consumada, con los sobre-vivientes de la guerra, una vez finalizada la fiesta de la dictadura cuya euforia colectiva, sufrió el malestar de la borrachera: la resaca fue amnesia. Los Pichiegos busca poner en superficie que para ciertas realidades la única manera de surgir en el mundo es a partir de la ficción. Sino leeríamos y nos sorprenderíamos a partir de una pregunta que surge en la novela de Fogwill: “¿Leíste en el diario de hoy la banda de cuatro pibes de la guerra que estaban afanando coches?”. Sebastián Vega 1 La novela de Fogwill fue escrita en la semana que va del 11 al 17 de junio de 1982. Un primer manuscrito, antes de su publicación, fue leído por críticos y editores. Recién en 1983, advenimiento de la democracia mediante, fue publicada por primera vez. Rodolfo Fogwill, Los pichiciegos, Buenos Aires, Interzona, 2006. 2 Sin ahondar en la complejidad del término, lo entendemos aquí como límite socio-espacial, como geografía política. Página 3